La producción mundial de frijol representa un componente esencial del sistema alimentario global, tanto por su valor nutricional como por su relevancia socioeconómica.
Este cultivo constituye una fuente significativa de proteínas, vitaminas y minerales para millones de personas, en especial en regiones en desarrollo donde integra de manera fundamental la dieta cotidiana.
Además, su cultivo cumple un papel clave en la agricultura sostenible, gracias a su capacidad para fijar nitrógeno en el suelo y mejorar la fertilidad agrícola. Esto contribuye de forma directa a la resiliencia de los sistemas productivos.
En el escenario global, la producción de frijol exhibe una notable diversidad en cuanto a variedades, métodos de cultivo y condiciones agroclimáticas. Países de América Latina, África y Asia encabezan su producción, influenciados por factores como la demanda interna, el acceso a tecnología agrícola, las políticas públicas y el comercio internacional.
Comprender las dinámicas que configuran este panorama resulta crucial para identificar desafíos como la volatilidad del mercado, el cambio climático o la escasa inversión en innovación, así como para reconocer oportunidades que permitan fortalecer la seguridad alimentaria y el desarrollo rural.
A nivel global, el frijol común (Phaseolus vulgaris), principal especie en el mercado de frijol seco, se cultiva en prácticamente todos los continentes, con una producción anual que en el último lustro ha rondado los 28 millones de toneladas. Aunque presente en regiones templadas y tropicales, su epicentro productivo se concentra en países en vías de desarrollo, donde constituye un pilar de la seguridad alimentaria y una fuente esencial de proteína vegetal.
En Asia, India lidera ampliamente la producción mundial, con cerca del 21% del total. Le sigue Myanmar, con entre 9-10%, donde el frijol es estratégico tanto para el consumo interno como para la exportación. En América, Brasil ocupa el segundo lugar global con alrededor del 10%, gracias a una producción diversificada y a un consumo interno elevado. Estados Unidos, con aproximadamente 5%, se caracteriza por su alta mecanización y por abastecer tanto a su mercado interno como a destinos internacionales.
En África, el frijol es un cultivo clave para la dieta y la economía rural. Países como Tanzania, Uganda y Kenia destacan por su volumen productivo y por su papel en el comercio intrarregional, aprovechando la demanda de mercados vecinos y la adaptabilidad del cultivo a sistemas agrícolas de baja inversión.
En México, el frijol posee una relevancia histórica y cultural que trasciende lo productivo. Tradicionalmente ubicado entre los diez principales productores, para 2025 se prevé que alcance el séptimo lugar, con una participación cercana al 4-5% de la oferta mundial. Su producción se extiende por zonas áridas, semiáridas y templadas, aprovechando ciclos de temporal y riego. Además, es un importante consumidor interno, lo que equilibra su papel exportador y contribuye a la estabilidad del mercado nacional.
La amplitud geográfica de su cultivo responde a la notable capacidad de adaptación del frijol a diversas condiciones agroclimáticas: desde las altitudes frescas de los Andes y las sierras mexicanas, hasta las llanuras cálidas de África oriental o Centroamérica. Esta plasticidad agronómica sostiene su posición estratégica como alimento básico para millones de personas y como sustento para innumerables pequeños agricultores en todo el mundo.
El frijol es un cultivo anual de ciclo corto, con un desarrollo vegetativo que dura entre 90 y 120 días, lo que en muchas regiones permite sembrarlo y cosecharlo más de una vez al año. Esta condición, junto con su amplia adaptabilidad, lo convierte en una alternativa estratégica tanto para pequeños productores como para sistemas agrícolas de alta intensidad.
A nivel global, los calendarios de siembra se ajustan a las estaciones lluviosas y a las temperaturas óptimas de cada zona, buscando maximizar el rendimiento y minimizar riesgos climáticos.
En las regiones templadas (como el norte de Estados Unidos, el sur de Canadá o el altiplano mexicano) se siembra en primavera, tras las últimas heladas, y se cosecha a finales del verano o en otoño. La planificación busca aprovechar al máximo la ventana libre de heladas y las temperaturas moderadas, evitando daños en la etapa de floración y maduración.
En las áreas tropicales y subtropicales, el cultivo se sincroniza con la estacionalidad de las lluvias. En Centroamérica, se reconocen dos ciclos tradicionales: la “primera” (siembras al inicio de las lluvias, en mayo-junio) y la “postrera” (siembras a finales del invierno boreal, generalmente en octubre). Este esquema, favorecido por la rapidez del ciclo, permite obtener dos cosechas anuales, asegurando el abasto de grano para el consumo local y la exportación.
En países ecuatoriales como Brasil, la diversidad climática y el uso de riego posibilitan tres cosechas al año: la primera entre noviembre y febrero, la segunda entre marzo y junio y una tercera, conocida como de invierno, entre mayo y septiembre. Este modelo combina distintas altitudes y condiciones térmicas para mantener un flujo constante de producción.
Cuando se dispone de irrigación y temperaturas adecuadas, el frijol puede cultivarse prácticamente todo el año en climas cálidos, evitando únicamente las temporadas de lluvias extremas que dificultan la cosecha y favorecen enfermedades fúngicas.
Esta variedad de calendarios asegura un suministro casi continuo en el ámbito mundial. Mientras la cosecha principal en el hemisferio norte ocurre en otoño boreal (septiembre-noviembre), en el hemisferio sur y en las zonas tropicales se registran cosechas relevantes a finales del invierno y en primavera, equilibrando así la oferta y contribuyendo a la estabilidad de los precios internacionales.
En el mundo, el cultivo del frijol abarca desde sistemas tradicionales de baja tecnología hasta esquemas comerciales mecanizados. La mayor parte de la producción proviene de pequeñas parcelas familiares, manejadas con métodos convencionales y escasa tecnificación, lo que se traduce en rendimientos modestos (a menudo inferiores a 0.5 t/ha en sistemas de subsistencia).
En contraste, existen enclaves de producción comercial intensiva, como granjas mecanizadas con riego en Estados Unidos, Argentina o ciertas regiones de Brasil, donde se alcanzan rendimientos superiores a 4 t/ha bajo un manejo óptimo.
Esta amplia brecha productiva responde a factores tanto tecnológicos como ambientales. En muchas zonas de Latinoamérica y África, el frijol se siembra en condiciones marginales (suelos poco fértiles y lluvias irregulares) y se ha relegado a regiones áridas o de ladera, donde otros cultivos más rentables no prosperan. Por ello, los avances en productividad han sido limitados en comparación con cereales como el maíz o el trigo, pues los programas de mejoramiento genético se han enfocado principalmente en resistencia a plagas, enfermedades y sequía (estrategias defensivas) más que en maximizar la respuesta a insumos.
Otro rasgo distintivo es que el frijol suele cultivarse asociado o en rotación con otros cultivos. En sistemas tradicionales de Mesoamérica, por ejemplo, se siembra intercalado con maíz u otras plantas en la clásica milpa, o se rota anualmente para recuperar la fertilidad del suelo gracias a la fijación de nitrógeno que realizan sus raíces simbióticas. En África oriental, es común cultivar variedades de frijol voluble junto al maíz, que sirve de soporte natural.
La escala de producción también influye en las prácticas agrícolas. En parcelas pequeñas predomina la siembra y cosecha manual, mientras que en explotaciones de mayor tamaño se emplean sembradoras, tractores para el deshierbe y cosechadoras especializadas que trillan el frijol en el campo.
Incluso en países grandes productores como Brasil, predominan los agricultores pequeños y medianos: alrededor del 67% de la producción brasileña proviene de pequeños productores. No obstante, crece la participación de explotaciones comerciales en el Cerrado, donde se realizan siembras tecnificadas con irrigación.
En suma, el nivel tecnológico del cultivo de frijol es sumamente heterogéneo a nivel global, lo que genera una gran variabilidad de rendimientos. La difusión de mejores prácticas (semillas mejoradas, fertilización balanceada, control integrado de plagas y mecanización apropiada) constituye un reto clave para incrementar la producción de este grano básico sin expandir de forma excesiva la frontera agrícola.
En México, el frijol es uno de los granos más emblemáticos y de mayor relevancia histórica, cultural y económica. Constituye un pilar de la dieta nacional y se cultiva en prácticamente todas las entidades, con especial concentración en aquellas de clima favorable y arraigada tradición agrícola.
La diversidad de suelos, altitudes y condiciones climáticas ha propiciado el desarrollo de múltiples variedades y sistemas productivos, que abarcan desde pequeñas parcelas de autoconsumo hasta extensas áreas mecanizadas orientadas al mercado.
El ciclo productivo del frijol en el país está estrechamente ligado a la estacionalidad de las lluvias y a las particularidades de cada región. En algunas zonas predomina el cultivo de temporal, mientras que en otras el riego asegura mayor estabilidad en los rendimientos.
Las prácticas agrícolas combinan técnicas tradicionales transmitidas por generaciones con innovaciones tecnológicas orientadas a optimizar la producción, preservar la fertilidad del suelo y garantizar la calidad del grano. Esta convergencia de factores convierte al frijol en un cultivo profundamente arraigado y, a la vez, dinámico dentro del panorama agrícola nacional.
México, centro de origen y diversificación del frijol, presenta un cultivo extendido en gran parte de su territorio. No obstante, la producción comercial se concentra en regiones tradicionales donde confluyen clima, suelo y tradición agrícola. Los principales estados productores son Zacatecas, Sinaloa, Durango, Chihuahua, Nayarit, Chiapas y San Luis Potosí, entre otros. Muchas de estas entidades, ubicadas en el Altiplano semiárido del norte-centro, reúnen condiciones favorables para el cultivo de temporal, con lluvias concentradas en verano, baja humedad y escasa incidencia de heladas.
Cinco estados generan más de dos tercios (68%) de la producción nacional. Zacatecas mantiene el liderazgo histórico con cerca del 30% del volumen, gracias a extensas superficies de temporal y a su infraestructura de acopio y comercialización. Le siguen Sinaloa (13%), Durango (10%), Chihuahua (9%) y Nayarit (6%).
En Zacatecas predominan las variedades de frijol negro y pinto, propias de los valles altos. Durango y Chihuahua también se orientan al cultivo de pintos, integrándose con Zacatecas en la denominada región frijolera del Norte, que abastece gran parte del consumo interno y las exportaciones.
Sinaloa y Nayarit, con climas más cálidos y sistemas de riego, se especializan en frijoles azufrados o peruano de color amarillo claro, apreciados por su sabor y rápida cocción. Chiapas y otros estados del sur, aunque con menor participación en el total nacional, producen frijoles negros tropicales destinados principalmente al consumo en el centro y sur del país, donde existe una marcada preferencia por este tipo.
Las variedades más cultivadas corresponden a tres grandes grupos: frijol negro, frijol pinto y frijol amarillo (azufrado o peruano), que en conjunto representan entre el 70% y el 75% de la producción. Otros nichos incluyen Flor de Mayo, Flor de Junio, bayos y mayocobas, característicos del Bajío y de zonas irrigadas específicas.
Esta diversidad responde tanto a la adaptación climática de cada tipo como a las preferencias de consumo regional, donde en el norte predomina el frijol amarillo, en el centro conviven negros y bayos, y en el sur se impone el frijol negro como parte esencial de la dieta cotidiana.
En México, el cultivo del frijol se organiza en dos ciclos agrícolas definidos por el régimen de lluvias y la disponibilidad de riego: Primavera-Verano (P-V) y Otoño-Invierno (O-I). Esta estructura permite escalonar la producción y mantener un flujo constante de grano hacia los mercados nacionales e internacionales.
El ciclo Primavera-Verano es el de mayor importancia en superficie y volumen. Inicia con la siembra al comienzo de la temporada de lluvias (junio-julio, según la región) y finaliza con la cosecha hacia finales del otoño, principalmente en noviembre y diciembre. Aporta cerca del 73% de la producción anual, pues cubre la mayor parte de la superficie de temporal.
En estados como Zacatecas, Durango, Chihuahua y diversas zonas del Bajío y el centro, la recolección (dominada por variedades negras y pintas) alcanza su punto máximo en noviembre, cuando el mercado registra un incremento notable en la oferta. La dependencia de las lluvias hace que este ciclo sea más vulnerable a sequías, heladas tempranas o tormentas atípicas, con impacto directo en los rendimientos.
El ciclo Otoño-Invierno corresponde a siembras realizadas entre diciembre y enero, aprovechando riego o humedad residual, principalmente en el noroeste (Sinaloa, Nayarit) y en zonas específicas del Bajío. Genera el 27% restante de la producción nacional y su cosecha se concentra entre febrero y marzo del año siguiente.
En este periodo predomina el frijol azufrado de Sinaloa, apreciado por su tamaño, uniformidad de color y calidad de cocción, con alta demanda en el mercado interno y en exportaciones hacia Centroamérica y Sudamérica.
La coexistencia de ambos ciclos amplía la ventana de disponibilidad de frijol, contribuye a estabilizar el mercado, reduce picos de escasez y facilita la planificación de la comercialización.
Este esquema, respaldado por la diversidad climática y tecnológica del país, asegura una presencia constante de México en el suministro nacional y en los flujos comerciales internacionales durante todo el año.
El frijol muestra cierta plasticidad climática, aunque prefiere condiciones templadas-subtropicales. La temperatura óptima para su desarrollo oscila entre 18-24°C. Valores inferiores a 12°C retrasan la germinación y pueden dañar las plántulas, ya que el cultivo es muy sensible a las heladas. Por encima de 30°C, disminuye el cuajado de vainas y se reduce el rendimiento. Por esta razón, en las regiones frijoleras de México se procura sembrar después de las últimas heladas y evitar que la floración coincida con episodios de calor extremo.
En cuanto al agua, el frijol requiere humedad moderada. En temporal necesita, en promedio, 400-500 mm de lluvia bien distribuidos durante su ciclo para obtener buenos rendimientos, siendo ideal un régimen cercano a 100 mm mensuales durante 4 o 5 meses.
El exceso de precipitación resulta perjudicial: el encharcamiento prolongado provoca pudrición radicular y favorece enfermedades como la antracnosis o la pudrición del tallo. El frijol no tolera suelos inundados ni lluvias torrenciales continuas, por lo que las zonas más productivas suelen ser climas semiáridos con lluvias estivales concentradas en pocos meses, seguidos de una estación seca que facilita el secado en campo.
El cultivo prospera mejor con abundante luz solar (mínimo 6 horas diarias) y en altitudes que van desde el nivel del mar hasta aproximadamente 2,000 metros, según la variedad.
Respecto a los suelos, se adapta a diversos tipos, pero prefiere los franco-sueltos, bien drenados y con materia orgánica, tolerando pH de 5.5 a 7.5. En México, gran parte de la producción se establece en tierras de temporal con textura franco-arenosa y profundidad media, capaces de retener humedad sin encharcarse. Las regiones líderes, como Zacatecas, Durango y Chihuahua, comparten suelos y climas relativamente secos, ideales para esta leguminosa.
Sin embargo, la dependencia de la lluvia hace que el frijol sea vulnerable a las sequías. La falta de humedad durante la floración o el llenado de vainas puede reducir drásticamente la cosecha. En años de Niña, la producción nacional tiende a caer de forma notable, mientras que en ciclos lluviosos repunta gracias a mejores rendimientos por hectárea.
El cultivo del frijol en México abarca una amplia gama de prácticas agrícolas, desde métodos tradicionales hasta esquemas tecnificados, con marcadas diferencias entre las áreas de temporal y las de riego. Cerca del 85-90% de la superficie frijolera corresponde a agricultura de temporal (secano), generalmente en manos de pequeños productores.
En estas parcelas se practica una labranza convencional, que incluye el preparo básico del terreno (barbecho y rastreo) y la siembra al voleo o en hileras, muchas veces con maquinaria ligera o incluso de forma manual, según la disponibilidad de equipo.
Los insumos externos (fertilizantes y control de plagas) suelen emplearse en cantidades mínimas dentro de los sistemas tradicionales, lo que se refleja en rendimientos promedio nacionales de temporal de apenas 0.5-0.6 toneladas por hectárea. En 2019, un año crítico por la sequía, los rendimientos cayeron de forma considerable; posteriormente, con mejores lluvias, se recuperaron hasta alcanzar cerca de 590 kg/ha en 2021.
En contraste, aproximadamente 10-15% de la superficie cultivada de frijol en México se encuentra bajo riego, particularmente en Sinaloa, Nayarit, algunas zonas del Bajío y el norte de Chihuahua.
En materia de tecnología y mejoramiento, México cuenta con una sólida base de investigación pública, encabezada por el INIFAP y diversas universidades, que ha permitido desarrollar variedades mejoradas de frijol adaptadas a distintas regiones. Estas buscan combinar alto rendimiento con resistencia a factores adversos.
Entre los ejemplos más destacados figuran Pinto Saltillo en el norte, Flor de Junio Marcela y Flor de Mayo RMC en el centro-Bajío, Negro Jamapa en el sur y, más recientemente, Verdín para zonas tropicales. Algunas de estas variedades alcanzan rendimientos potenciales de 2-3 t/ha en condiciones experimentales con riego, mostrando tolerancia al virus del mosaico, antracnosis y otras enfermedades comunes.
Sin embargo, la adopción de semillas mejoradas y prácticas modernas avanza de forma lenta entre muchos pequeños productores. Influyen factores como las limitaciones económicas, la falta de acceso a insumos y la preferencia por granos criollos ya conocidos, sea por hábitos de consumo o por obtener mejor precio en el mercado local.
Para cerrar esta brecha, el gobierno ha puesto en marcha programas de apoyo, como el subsidio a la semilla certificada implementado entre 2023 y 2025, mediante el cual la Secretaría de Agricultura, en coordinación con gobiernos estatales frijoleros, cubre hasta 75% del costo (a un precio concertado de $35 MXN/kg) para pequeños productores con superficies de hasta 10 hectáreas. Cada beneficiario recibe hasta 350 kg de semilla de mayor calidad, con el fin de renovar los lotes y elevar la productividad.
Asimismo, se han establecido incentivos a través de precios de garantía y programas de acopio (gestionados por SEGALMEX), que aseguran un precio mínimo al frijol de pequeños agricultores, fomentando la siembra en regiones vulnerables y contribuyendo a la seguridad alimentaria.
Otra tendencia tecnológica es la adopción de prácticas agronómicas mejoradas, como la siembra con densidad adecuada (evitando la subpoblación típica del temporal tradicional), un control más eficiente de malezas, el uso de biofertilizantes (rizobios seleccionados para la inoculación de semilla, que optimizan la fijación de nitrógeno) y la rotación de cultivos para preservar la sanidad del suelo. En ciertas regiones, productores organizados han incorporado la siembra en seco (previa a las lluvias, para aprovechar las primeras precipitaciones) y sistemas de labranza de conservación que ayudan a retener humedad.
También destaca la introducción de cosechadoras adaptadas, que reducen pérdidas durante la trilla. En Zacatecas, por ejemplo, se está sustituyendo el método tradicional de arrancar plantas y trillarlas sobre lonas por la trilla mecánica directa, lo que disminuye mermas y demanda de mano de obra.
Si bien aún una parte importante del frijol mexicano se produce con bajos insumos, la disponibilidad de tecnología apropiada y la organización de los productores pueden generar mejoras significativas. Gracias a años favorables y a los programas de apoyo, la producción nacional creció 11% en 2021 respecto a 2020, y se estima que en 2025 México alcance alrededor de 1.2 millones de toneladas, consolidándose como uno de los principales proveedores del continente.
Fuentes consultadas
El mercado mundial del frijol se encuentra en expansión. Se proyecta que el valor global de los frijoles secos alcanzará los 8.9 mil millones de dólares en 2025 y crecerá a una tasa anual compuesta de 4.9% hasta 2030.
Este crecimiento responde al auge en la demanda de proteínas vegetales y al incremento en la conciencia sobre la salud. El ascenso de dietas veganas, vegetarianas y flexitarianas impulsa el consumo de legumbres como fuente clave de proteína.
Además, se consolida una tendencia hacia alimentos procesados listos para consumir a base de frijol (snacks, pouches, bebidas vegetales), lo que abre nuevas oportunidades industriales.
En términos regionales, Asia-Pacífico lidera el consumo global con 47% del mercado en 2024, mientras que África muestra el crecimiento más acelerado, con una tasa compuesta anual de 4.2% hacia 2030.
Finalmente, el movimiento internacional hacia rotaciones agrícolas con leguminosas (para la fijación de nitrógeno en el suelo) también está incentivando la demanda.
En 2020, siete países aportaron el 60.4% de la producción mundial de frijol, lo que evidencia una concentración significativa en unas pocas economías agrícolas. Estos países fueron: India (con 19.8% del total global), Myanmar (11.1%), Brasil (11.0%), Estados Unidos (5.4%), Tanzania (4.7%), China (4.6%) y México (3.8%).
India lidera la producción mundial, gracias a su elevada demanda interna, el arraigo cultural del frijol en la dieta cotidiana y el peso del sector agrícola en su economía. Le siguen Myanmar y Brasil, que no solo tienen condiciones agroclimáticas favorables, sino también políticas que incentivan la producción de legumbres como fuente de exportación y seguridad alimentaria.
En contraste, México, aunque exporta volúmenes limitados, mantiene un rol destacado en América Latina como productor tradicional, con fuerte arraigo del cultivo en regiones del altiplano y el norte del país.
A pesar de su importancia productiva, el comercio internacional del frijol sigue siendo reducido: en 2017, únicamente se exportó alrededor del 13% del volumen global. Esto sugiere que la mayor parte de la producción se destina al consumo doméstico, especialmente en países donde el frijol es un componente esencial de la alimentación básica. Las barreras logísticas, la falta de estandarización en la calidad del grano y las preferencias locales por variedades específicas también limitan el dinamismo del comercio exterior.
Los principales países exportadores en los últimos años han sido Myanmar, China, Estados Unidos, Argentina y Canadá. Estos actores han desarrollado ventajas competitivas, ya sea por su capacidad de producción a gran escala, el acceso a mercados clave o el desarrollo de cadenas de valor eficientes. Muchos de ellos exportan tanto frijol en grano como productos derivados, adaptándose a las exigencias de mercados industriales o minoristas.
Por otro lado, los principales países importadores durante ese periodo fueron India, Brasil y Estados Unidos. A pesar de ser grandes productores, estos países necesitan complementar su demanda interna en determinadas temporadas o para abastecer regiones específicas donde el consumo supera la oferta local. Esta situación refleja la dualidad entre producción y consumo, típica de mercados agrícolas con alta variabilidad estacional y territorial.
En el caso de México, la dependencia de las importaciones se ha intensificado en los últimos años, sobre todo por los efectos de la sequía, la disminución de la superficie sembrada y los problemas de productividad.
En 2023, Estados Unidos proveyó cerca del 87% del frijol importado por el país, consolidándose como el principal socio comercial en este rubro. Le siguen Canadá y Argentina, este último favorecido por la eliminación de aranceles desde 2022, como parte de una estrategia del gobierno mexicano para contener la inflación alimentaria y garantizar el abasto nacional.
Este panorama refleja una paradoja: aunque México es uno de los mayores productores del continente, su balanza comercial de frijol es deficitaria, lo que evidencia retos estructurales en el campo mexicano, entre ellos la fragmentación de los sistemas productivos, el bajo acceso a tecnologías agrícolas y los efectos del cambio climático en zonas clave de cultivo.
El rendimiento del frijol es altamente sensible a factores agroclimáticos, tecnológicos y socioeconómicos. Cerca del 70% de la producción mundial se realiza bajo sistemas de temporal, es decir, depende directamente de las lluvias estacionales. Esta condición climática convierte al cultivo en un sistema vulnerable a la variabilidad e incertidumbre meteorológica, especialmente a la cantidad, oportunidad y distribución de la precipitación a lo largo del ciclo agrícola.
En los últimos años, la frecuencia e intensidad de eventos climáticos extremos se ha incrementado. Sequías prolongadas en regiones clave como Estados Unidos, América Latina y África han ocasionado disminuciones abruptas en los niveles de producción, alterando la oferta disponible y provocando alzas considerables en los precios del frijol en distintos mercados nacionales e internacionales.
A esta vulnerabilidad climática se suma una marcada desigualdad tecnológica entre países y regiones. Mientras naciones como Estados Unidos y Canadá cuentan con sistemas mecanizados, altos niveles de eficiencia en el uso de recursos, infraestructura de almacenamiento y acceso a tecnología de punta, buena parte del frijol en países en desarrollo se cultiva mediante prácticas tradicionales, en parcelas de pequeña escala y con bajos niveles de tecnificación.
Esta brecha estructural genera impactos en productividad, costos de producción, calidad del grano y acceso a mercados. La limitada capacidad de inversión de los pequeños productores dificulta la adopción de innovaciones agronómicas, el uso de semillas mejoradas, el acceso a fertilizantes y la implementación de sistemas de riego eficientes.
Asimismo, el frijol enfrenta retos fitosanitarios significativos. Plagas como los insectos del frijol, enfermedades como el virus del mosaico y diversos tipos de hongos afectan el desarrollo del cultivo, reducen los rendimientos y comprometen la inocuidad del producto. Estas amenazas son más severas en contextos de manejo limitado o ausencia de control integrado de plagas.
Por otro lado, factores como la pobre fertilidad del suelo, la degradación de tierras agrícolas y la escasez de insumos básicos en zonas rurales (como fertilizantes, abonos orgánicos y productos biológicos) agravan las limitaciones productivas.
En el plano macroeconómico, las políticas públicas y comerciales tienen un impacto directo sobre la producción, el comercio y la rentabilidad del cultivo. Aranceles, subsidios, restricciones a la exportación o importación, así como la falta de incentivos a la producción nacional, pueden distorsionar los precios, desalentar la siembra o favorecer la dependencia externa.
Los precios internacionales del frijol se han caracterizado por una marcada volatilidad, resultado de la interacción de múltiples factores estructurales, coyunturales y climáticos.
En los últimos años, las fluctuaciones en la oferta y la demanda han generado variaciones abruptas en los precios, tanto en los mercados de origen como en los destinos de exportación.
En 2024, a pesar de que varios productos agrícolas registraron caídas de precio debido a buenas cosechas de cereales y oleaginosas, el frijol mostró resistencia y estabilidad relativa. En julio, el frijol negro en Estados Unidos se cotizó en 881 dólares por tonelada, sin cambios significativos respecto al año anterior, mientras que el frijol pinto alcanzó los 837 dólares por tonelada, con un incremento interanual de 9%.
Una de las particularidades del mercado internacional del frijol es que no existe un precio de referencia global oficial. A diferencia de productos como el maíz o el trigo, cuyos precios se rigen por bolsas internacionales, los precios del frijol varían según la variedad, el origen, la calidad del grano y las condiciones logísticas. Las transacciones se negocian de forma más localizada, lo que genera diferenciales importantes entre mercados, incluso dentro del mismo país.
Los eventos climáticos extremos tienen un impacto directo y contundente sobre los precios. Un ejemplo emblemático fue la severa sequía que afectó a Estados Unidos entre 2019 y 2021. Durante ese periodo, la producción de frijol cayó cerca de 45%, lo que provocó un aumento sostenido en los precios de exportación. En noviembre de 2021, el precio del frijol estadounidense destinado a México alcanzó su nivel más alto desde 2012, reflejando la tensión entre oferta reducida y demanda constante.
En términos logísticos, el comercio del frijol enfrenta desafíos crecientes. Los costos del transporte internacional han escalado debido al encarecimiento de los fletes, los combustibles y los materiales de embalaje. Adicionalmente, los cuellos de botella en puertos internacionales (congestión, demoras, falta de contenedores) han generado retrasos en las entregas y aumentos en los costos totales de importación y exportación.
A nivel interno, en muchos países productores persisten deficiencias estructurales. La infraestructura poscosecha es limitada: escasean los centros de acopio modernos, el almacenamiento muchas veces se realiza en condiciones inadecuadas, y el transporte hacia los puntos de comercialización carece de eficiencia. Estas carencias aumentan el riesgo de pérdidas poscosecha, deterioran la calidad del producto y reducen la competitividad en los mercados internacionales.
Por otra parte, las tensiones geopolíticas globales (como conflictos entre potencias, guerras comerciales o sanciones económicas) introducen un nivel adicional de incertidumbre. Estas tensiones afectan el acceso a insumos clave como energía, fertilizantes, agroquímicos y maquinaria agrícola, cuyo encarecimiento repercute directamente en los costos de producción y, por ende, en los precios finales del frijol.
En este contexto, el mercado internacional del frijol opera bajo un entorno de alta exposición a variables externas, donde la climaticidad, la logística, la política comercial y la seguridad alimentaria son factores interdependientes. La capacidad de adaptación de los productores y gobiernos para enfrentar estos desafíos será determinante para lograr una mayor estabilidad en los precios y un abasto sostenible a nivel mundial
La producción y el comercio de frijol en México constituyen un componente estratégico del sistema agroalimentario nacional. Este cultivo, profundamente arraigado en la historia y cultura del país, representa no solo una fuente esencial de proteína vegetal para millones de personas, sino también una actividad económica de gran relevancia para miles de productores, en su mayoría de pequeña y mediana escala.
El frijol se cultiva en prácticamente todas las regiones del territorio, con especial concentración en los estados del norte y del altiplano, donde las condiciones agroclimáticas permiten una mayor superficie sembrada. Sin embargo, su rendimiento y disponibilidad dependen estrechamente de factores climáticos, tecnológicos y de política pública.
En el ámbito comercial, México mantiene una posición dual: es uno de los principales productores de frijol en América Latina, pero también un importador significativo para cubrir su demanda interna. Las variaciones en la producción nacional, provocadas por fenómenos meteorológicos adversos o por restricciones estructurales del campo, han llevado al país a depender cada vez más de las importaciones, especialmente desde Estados Unidos.
Esta situación plantea retos importantes en términos de autosuficiencia alimentaria, seguridad en el abasto y estabilidad de precios, lo que exige políticas integrales que fortalezcan la productividad, la infraestructura y la articulación eficiente entre productores, mercados y consumidores.
México es un productor y consumidor destacado de frijol a nivel mundial. En 2023, el país alcanzó una producción aproximada de 723 mil toneladas, lo que representó entre 3-4% de la producción global reciente. Esta cifra lo posiciona como uno de los principales actores en el mercado internacional del frijol, no solo por su volumen productivo, sino por la relevancia cultural, alimentaria y económica que este cultivo representa.
El frijol forma parte del corazón alimentario de México. Se encuentra presente en la mayoría de los hogares, sin distinción de clase social o región. Su consumo no solo obedece a razones nutricionales, sino también a una profunda tradición culinaria que lo ha mantenido vigente a lo largo de los siglos.
El consumo nacional supera ampliamente a la oferta interna. Mientras el promedio global se sitúa entre 2-3 kilogramos por persona al año, en México el consumo per cápita asciende a aproximadamente 10 kilogramos anuales. Esta diferencia coloca al país entre los principales consumidores del mundo, con cerca del 7.3% del consumo global total.
La producción nacional de frijol es una actividad estratégica para la economía rural. Más de 525 mil productores, en su mayoría de pequeña y mediana escala, participan en este cultivo que se extiende por diversas regiones del país. Los estados del norte y del altiplano concentran las mayores superficies sembradas, aprovechando las condiciones agroclimáticas favorables para este grano.
Este sector genera alrededor de 382 mil empleos permanentes, consolidándose como una fuente vital de ingresos para miles de familias campesinas. Además, el valor económico anual del frijol se estima en 13 mil millones de pesos, lo que refleja su peso dentro del sistema agroalimentario nacional.
A pesar de estos logros, persisten desafíos estructurales. La brecha entre producción y consumo ha obligado al país a recurrir a las importaciones para garantizar el abasto, principalmente desde Estados Unidos. Esta dependencia expone al mercado nacional a fluctuaciones internacionales, lo que compromete la seguridad alimentaria, la estabilidad de precios y la autosuficiencia.
Frente a este panorama, el frijol no solo es un cultivo agrícola: es un símbolo de identidad, una herramienta de soberanía alimentaria y un eje económico clave. Su fortalecimiento exige políticas públicas coherentes, que impulsen la productividad mediante innovación tecnológica, acceso a financiamiento, infraestructura de almacenamiento y comercialización justa para los productores.
El cultivo de frijol en México atraviesa una etapa crítica debido a una serie de retos estructurales que afectan tanto su rendimiento como su sostenibilidad. A continuación, se presentan los principales desafíos que enfrenta este sector estratégico.
Durante el periodo 2022/23, el país enfrentó una de las sequías más intensas de las últimas décadas. Esta crisis hídrica, prolongada y generalizada, impactó drásticamente a los principales estados productores de frijol, reduciendo la producción nacional en más del 30% y dejando como saldo la cosecha más baja en casi treinta años. Las altas temperaturas, la escasa precipitación y el agotamiento de fuentes superficiales y subterráneas de agua confluyeron para crear un escenario sin precedentes en el campo mexicano.
Para el ciclo agrícola 2023/24, las perspectivas también fueron poco alentadoras. Con una producción nacional de apenas 688 mil toneladas, lo que representa una caída adicional del 23% respecto al ciclo anterior. Esta disminución refleja tanto el deterioro de las condiciones climáticas como la falta de políticas eficaces de mitigación ante fenómenos extremos, cada vez más frecuentes.
Los estados del norte, como Zacatecas, Durango y Nayarit (históricamente considerados el corazón del cultivo de frijol en México), registraron pérdidas significativas de rendimiento debido a la escasa humedad residual en el suelo y a la creciente imposibilidad de garantizar el riego. En contraste, solo Sinaloa logró modestas mejoras en su producción, favorecido por una temporada de lluvias relativamente más benigna, aunque insuficiente para compensar el declive nacional.
La creciente variabilidad climática, con ciclos impredecibles de sequías intensas y precipitaciones erráticas, ha vuelto más incierta la planificación agrícola en todo el territorio nacional. Esta inestabilidad no solo dificulta una siembra oportuna y adecuada, sino que también compromete la seguridad alimentaria, en especial en comunidades rurales que dependen directamente del autoconsumo o del ingreso generado por el cultivo del frijol, un alimento básico en la dieta mexicana.
Uno de los factores más críticos que enfrenta actualmente el sector agrícola es la falta de semilla certificada, en especial de variedades estratégicas como el frijol negro, esencial para la seguridad alimentaria y los sistemas productivos de pequeña escala. La entrega tardía, fragmentada o en volúmenes insuficientes ha reducido las áreas sembradas, particularmente en zonas de temporal, donde la ventana climática es estrecha y no admite demoras.
La semilla certificada, al contar con características genéticas y sanitarias superiores, resulta clave para asegurar niveles adecuados de germinación, uniformidad en el cultivo y resistencia frente a plagas y enfermedades. Su ausencia compromete el potencial productivo, la calidad del grano y la rentabilidad del productor.
Este panorama se agrava por el alto costo de los fertilizantes, cuyo encarecimiento responde a factores externos como el aumento de los precios energéticos, la dependencia de insumos importados y las interrupciones logísticas del comercio internacional. Muchos agricultores se ven obligados a reducir las dosis de fertilización o prescindir de este insumo, lo que incide negativamente en el desarrollo vegetativo y en los rendimientos.
A esta problemática se suma la incertidumbre en el abasto, que dificulta la planificación agronómica y obliga a operar con márgenes de riesgo cada vez más estrechos. La combinación de estos factores ha limitado el acceso a paquetes tecnológicos adecuados, impidiendo la adopción de prácticas agronómicas eficientes y sostenibles.
Como consecuencia, se registra una disminución del rendimiento por hectárea, un deterioro en la calidad de las cosechas y una pérdida progresiva de competitividad frente a otros cultivos o actividades no agrícolas. Esta situación afecta con mayor severidad a pequeños y medianos productores, carentes de financiamiento sólido y de redes de apoyo técnico.
Ante este escenario, resulta imprescindible fortalecer las políticas públicas orientadas al suministro oportuno de insumos estratégicos, fomentar la producción nacional de fertilizantes y semillas certificadas, y consolidar esquemas de extensión rural que acerquen tecnologías accesibles y eficaces al campo mexicano. Solo así será posible revertir la tendencia regresiva en la productividad agrícola y garantizar la sostenibilidad de los sistemas alimentarios locales.
Ante el persistente desequilibrio entre la producción nacional de frijol y las necesidades de consumo interno, México ha intensificado su participación en el mercado internacional como mecanismo de compensación.
Durante el primer semestre de 2024, las importaciones aumentaron 156% respecto al mismo periodo del año anterior, una cifra que evidencia no solo la insuficiencia estructural del sistema productivo, sino también la consolidación de una tendencia hacia la dependencia alimentaria.
Esta creciente exposición a los mercados externos implica riesgos múltiples para la soberanía alimentaria del país. La volatilidad de los precios internacionales (influida por conflictos bélicos, modificaciones en políticas arancelarias o disrupciones logísticas) se traduce en costos variables e imprevisibles para el consumidor mexicano, afectando principalmente a las poblaciones más vulnerables.
Además, esta estrategia de sustitución mediante importaciones debilita los incentivos para fortalecer la producción nacional. Sin un entorno competitivo ni precios de garantía adecuados, los agricultores enfrentan desventajas estructurales frente al grano importado, generalmente subsidiado o proveniente de sistemas altamente mecanizados.
Esta situación limita la inversión en infraestructura rural, modernización tecnológica, asistencia técnica y mecanismos de comercialización local.
En consecuencia, la balanza comercial del frijol se torna crecientemente deficitaria, mientras se desaprovecha el potencial productivo de regiones con tradición en este cultivo. Apostar por importar, en lugar de fomentar la autosuficiencia, no solo implica un creciente gasto en divisas, sino también un retroceso estratégico en la capacidad del país para garantizar el abasto estable de un alimento básico.
Pese a los retos anteriores, existen diversas palancas para fortalecer la producción nacional. A continuación, se presentan cinco oportunidades clave.
Uno de los pilares fundamentales para elevar la productividad del frijol en México radica en el acceso a semilla de calidad, adaptada a las condiciones agroecológicas locales. A pesar de contar con una rica diversidad genética, muchas regiones productoras continúan utilizando semilla criolla o reciclada, lo cual limita los rendimientos, incrementa la vulnerabilidad a plagas y enfermedades, y reduce la uniformidad del grano.
México posee un acervo invaluable de variedades nativas de frijol, producto de siglos de domesticación campesina, biodiversidad que representa una fortaleza estratégica, tanto por su adaptación a distintos tipos de suelo y clima, como por sus cualidades nutricionales, culturales y gastronómicas.
Muchas de estas variedades están registradas en el Catálogo Nacional de Variedades Vegetales, lo que permite su protección y conservación como patrimonio genético nacional.
Ante este panorama, el gobierno ha emprendido acciones orientadas a fortalecer el mejoramiento genético, no solo para preservar la identidad de estas variedades, sino también para desarrollar nuevas líneas con atributos deseables. Estas incluyen tolerancia a sequías prolongadas, resistencia a enfermedades comunes como la roya o el mosaico dorado, y ciclos de maduración más cortos, lo que permite una mayor flexibilidad en la calendarización de siembras.
Una de las estrategias clave es la operación de la Productora Nacional de Semillas del Bienestar, que tiene como misión garantizar la disponibilidad de semilla certificada a precios accesibles para pequeños y medianos productores. Dicha semilla cuenta con características genéticas, físicas, fisiológicas y fitosanitarias verificadas, lo cual representa una garantía de calidad y rendimiento.
Además, instituciones como el INIFAP y el SNICS aportan capacidades científicas y técnicas para el desarrollo, validación y registro de nuevas variedades. A través de esquemas de vinculación con productores, se promueve también la multiplicación local de semilla, fortaleciendo redes comunitarias de producción y reduciendo la dependencia de insumos externos.
Cabe destacar que ya se han iniciado programas de distribución masiva de semillas certificadas en regiones con rezago productivo. Por ejemplo, en el sur-sureste del país se entregaron 20.5 toneladas de frijol San Blas negro, con el objetivo de mejorar el desempeño agronómico en zonas de temporal, donde el acceso a tecnologías suele ser más limitado.
El acceso oportuno a semillas mejoradas representa, en suma, una condición indispensable para transformar el potencial genético en rendimientos sostenibles y rentables, que favorezcan tanto la autosuficiencia alimentaria como la resiliencia del campo mexicano frente al cambio climático.
El respaldo del gobierno es decisivo para impulsar la producción de frijol, particularmente en un contexto donde los pequeños y medianos agricultores enfrentan márgenes de rentabilidad reducidos, acceso limitado a financiamiento y una alta exposición al riesgo climático y de mercado.
En este sentido, los programas de apoyo público han adquirido un papel central como instrumentos para corregir desigualdades estructurales y promover la autosuficiencia alimentaria.
Una de las herramientas más relevantes es el esquema de Precios de Garantía, diseñado para asegurar un ingreso digno al productor y estabilizar los mercados regionales. A partir de noviembre de 2023, el precio por kilogramo de frijol se fijó en 21.00 pesos, lo que representa un incentivo directo frente a precios comerciales que, en ciclos pasados, no cubrían los costos de producción. Esta política tiene un efecto multiplicador: reduce la incertidumbre, mejora la planeación productiva y estimula el aumento de la superficie sembrada.
Complementariamente, se implementan programas de entrega gratuita de fertilizantes, dirigidos a productores de bajos ingresos y zonas con alto grado de marginación. Esta acción permite contrarrestar los efectos del alza internacional en los precios de los insumos, que en los últimos años ha sido uno de los principales obstáculos para el desarrollo agrícola. El acceso a nutrientes adecuados, en tiempo y forma, contribuye a elevar los rendimientos por hectárea y a cerrar brechas de productividad.
Otro componente clave es la asistencia técnica, que se ofrece a través de programas de bienestar agropecuario con enfoque territorial. Acompañar al productor en la toma de decisiones, desde la selección de variedades hasta el manejo integrado del cultivo, mejora la eficiencia del uso de recursos y reduce la vulnerabilidad ante plagas, enfermedades o condiciones climáticas adversas. Además, se promueve una transición hacia prácticas más sustentables, alineadas con la conservación de suelos, la captación de agua y la biodiversidad.
Estos programas no solo tienen un impacto económico, sino también social y ambiental. Al fortalecer la agricultura campesina y familiar, se generan empleos rurales, se reactivan las economías locales y se protege el tejido comunitario. Asimismo, se reducen los incentivos al abandono del campo, fenómeno estrechamente vinculado con la migración forzada y la pérdida de soberanía alimentaria.
El fortalecimiento de la producción de frijol en México no puede desligarse de un enfoque agroecológico que promueva la salud del suelo, la eficiencia en el uso de recursos y la resiliencia climática.
Es por ello que la rotación de cultivos y el manejo sustentable emergen como estrategias clave para elevar la productividad sin comprometer los ecosistemas agrícolas a largo plazo.
La práctica de rotación con leguminosas, como el frijol, no solo diversifica la producción, sino que también mejora las condiciones agronómicas del suelo. Las leguminosas tienen la capacidad de fijar nitrógeno atmosférico a través de simbiosis con bacterias rizobias, enriqueciendo naturalmente el contenido de nutrientes del terreno. Esto permite reducir la dependencia de fertilizantes químicos, con beneficios tanto económicos como ambientales.
En sistemas de doble cultivo, donde el frijol se siembra después de otro cereal o cultivo comercial, se optimiza el uso del terreno durante el ciclo agrícola, generando una segunda fuente de ingreso para el productor y una cobertura vegetal más constante que ayuda a prevenir la erosión. Sin embargo, su adopción aún enfrenta barreras técnicas y culturales, por lo que se requiere mayor capacitación y acompañamiento técnico en las comunidades rurales.
Otro componente fundamental es el mejoramiento del sistema de riego y almacenamiento de agua. Gran parte de la producción de frijol depende del temporal, lo que la expone a variaciones en la distribución y cantidad de lluvias. La implementación de tecnologías como sistemas de captación de agua pluvial, reservorios, canales de distribución y riego por goteo contribuye a reducir esta vulnerabilidad y permite planificar de forma más precisa las fechas de siembra y cosecha.
Asimismo, la gestión sustentable del suelo implica prácticas como la incorporación de materia orgánica, la labranza mínima, la cobertura vegetal permanente y el uso racional de agroquímicos. Estas técnicas no solo preservan la estructura del suelo, sino que también mejoran su capacidad de retención de agua y reducen los riesgos de degradación.
En paralelo, se deben fortalecer los esquemas de monitoreo agroclimático y alerta temprana, que permitan anticipar fenómenos extremos como sequías, heladas o lluvias torrenciales. Vincular esta información con la toma de decisiones del productor es crucial para minimizar pérdidas y adaptar las estrategias de manejo en tiempo real.
Uno de los principales desafíos que enfrentan los productores de frijol en México no está únicamente en el ámbito de la producción, sino en la comercialización eficiente y rentable de sus cosechas.
La falta de una infraestructura de mercado articulada limita el valor captado por los agricultores, restringe su acceso a canales formales y deja a muchos expuestos a intermediarios que ofrecen precios bajos y condiciones poco transparentes.
Frente a ello, el impulso a una infraestructura de mercado robusta y equitativa constituye una palanca esencial para dinamizar la economía rural y potenciar el desarrollo territorial. Esto implica fomentar la formación de cooperativas, sociedades de producción rural y organizaciones comunitarias, que permitan a los productores negociar en bloque, acceder a financiamiento colectivo, mejorar su capacidad de almacenamiento y coordinar estrategias de venta.
La organización colectiva también favorece la adopción de estándares de calidad, trazabilidad y certificación que, además de mejorar la inocuidad del producto, lo vuelven más competitivo en mercados especializados. En este contexto, el frijol puede dejar de verse como una simple materia prima para convertirse en insumo de valor agregado.
Por ejemplo, existen crecientes oportunidades en el procesamiento de frijol para productos como chips, harinas, pastas, proteínas vegetales o alimentos funcionales. Estas transformaciones no solo amplían el horizonte comercial, sino que también generan empleo en las comunidades y favorecen la creación de microindustrias rurales, que agregan valor local sin necesidad de grandes capitales.
Asimismo, la instalación de centros de acopio, plantas de selección, maquinaria de limpieza y empacado facilita el cumplimiento de requisitos sanitarios y logísticos, tanto para el mercado interno como para la exportación. Contar con una infraestructura adecuada también reduce las pérdidas postcosecha, mejora el manejo del inventario y permite estrategias más flexibles de comercialización.
Otro componente clave es el acceso a información de mercado en tiempo real: precios de referencia, demanda por tipo de variedad, condiciones de exportación, regulaciones sanitarias y comportamiento de la competencia. La digitalización del campo y la conectividad rural son herramientas que pueden empoderar al productor frente a un entorno cada vez más competitivo.
La internacionalización del frijol mexicano representa una oportunidad estratégica para diversificar ingresos, fortalecer las economías rurales y posicionar a México como un actor relevante en el comercio agroalimentario global.
Si bien el país es reconocido por su vasta biodiversidad y riqueza cultural en torno al frijol, su presencia en mercados internacionales aún es limitada y enfrenta retos estructurales que deben ser superados con visión de largo plazo.
México cuenta con variedades únicas y de alto valor gastronómico, como el frijol flor de mayo, flor de junio, negro San Luis, bolita, pinto Saltillo y ayocote, entre muchas otras. Estas variedades no solo poseen cualidades organolépticas distintivas (textura cremosa, cocción rápida, color intenso, sabor profundo), sino que además tienen un fuerte arraigo en la cocina tradicional mexicana, reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Aprovechar esta singularidad implica desarrollar estrategias comerciales que destaquen el origen, la trazabilidad y la identidad territorial del producto.
En este sentido, los esquemas de denominación de origen, sellos de calidad, certificaciones orgánicas o de comercio justo pueden abrir las puertas a nichos de mercado que valoran la procedencia y autenticidad de los alimentos, especialmente en regiones como Europa, Norteamérica y Asia.
La existencia de tratados de libre comercio, como el T-MEC, el Acuerdo Global con la Unión Europea o la Alianza del Pacífico, brinda a México condiciones favorables para exportar frijol con reducciones arancelarias o preferencias fiscales. Sin embargo, para aprovechar estos instrumentos se requiere una articulación eficaz entre productores, gobiernos, exportadores y agregados comerciales, así como inversiones en infraestructura logística, sanidad e inocuidad.
Además, es necesario diversificar los destinos de exportación. Actualmente, la mayoría de los envíos de frijol mexicano se concentran en pocos mercados, lo que expone al país a riesgos geopolíticos o fluctuaciones de demanda. Explorar nuevos destinos (por ejemplo, en Medio Oriente, África del Norte o Sudamérica) permitiría ampliar la base comercial y reducir la dependencia de compradores tradicionales.
Otra vía de apertura es el desarrollo de productos derivados del frijol, como harinas ricas en proteína vegetal, snacks saludables o ingredientes funcionales para la industria alimentaria. Estos formatos responden a las nuevas tendencias de consumo global, orientadas hacia la sostenibilidad, la salud y las dietas basadas en plantas.
Fuentes consultadas
En 2024 la producción de frijol en México fue de 996,393 toneladas, lo que representó una diferencia de 37.7% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 2002, con 1,549,091 toneladas. La producción promedio anual de la última década fue de 1,034,762 toneladas, con una variación interanual promedio de 0.1%.
En 2024 la superficie de frijol en México fue de 1,365,673 hectáreas, lo que representó una diferencia de 79.4% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 1998, con 2,146,423 hectáreas. La superficie promedio anual de la última década fue de 1,437,269 hectáreas, con una variación interanual promedio de 2.6%.
En 2024 el rendimiento de frijol en México fue de 0.7 toneladas por hectárea, lo que representó una diferencia de -23.2% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 2023, con 1.0 toneladas por hectárea. El rendimiento promedio anual de la última década fue de 0.7 toneladas por hectárea, con una variación interanual promedio de 1.1%.
En 2024 el precio de frijol en México fue de 16,056 pesos por tonelada, lo que representó una diferencia de 4.5% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 2024, con 16,056 pesos por tonelada. El precio promedio anual de la última década fue de 13,399 pesos por toneladas, con una variación interanual promedio de 4.4%.
En 2024 el valor de frijol en México fue de 19,432 millones de pesos, lo que representó una diferencia de 39.1% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 2021, con 20,515 millones de pesos. El valor promedio anual de la última década fue de 15,337 millones de pesos, con una variación interanual promedio de 8.3%.
Zacatecas lidera la producción de frijol en México, con 342,452 toneladas, es decir, el 34.4% del total nacional. Le siguieron Sinaloa con 172,239 toneladas y Nayarit con 70,051 toneladas, es decir, el 17.3% y el 7.0%, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Chiapas y Durango.
Zacatecas lidera la superficie de frijol en México, con 615,300 hectáreas, es decir, el 45.1% del total nacional. Le siguieron Durango con 135,854 hectáreas y Chiapas con 114,208 hectáreas, es decir, el 9.9% y el 8.4%, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Sinaloa y San Luis Potosí.
Sonora lidera el rendimiento de frijol en México, con 2.2 toneladas por hectárea, es decir, 303.7% más que el promedio nacional. Le siguieron Sinaloa con 2.0 toneladas por hectárea y Morelos con 1.7 toneladas por hectárea, es decir, 269.4% y 232.2% sobre el rendimiento nacional, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Baja California Sur y Colima.
Durango lidera el precio de frijol en México, con 25,782 pesos por tonelada, es decir, 4.9% más que el promedio nacional. Le siguieron Ciudad de México con 24,891 pesos por tonelada y Quintana Roo con 24,191 pesos por tonelada, es decir, 4.8% y 4.6% sobre el precio nacional, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Chihuahua y Nayarit.
Zacatecas lidera la producción de frijol en México, con 6,405 millones de pesos, es decir, el 33.0% del total nacional. Le siguieron Sinaloa con 3,985 millones de pesos y Durango con 1,576 millones de pesos, es decir, el 20.5% y el 8.1%, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Nayarit y Chiapas.
En 2023 los meses con mayor producción de frijol en México fueron: noviembre con el 30.1%, diciembre con el 20.4% y febrero con el 12.9%. Por el contrario, julio y junio fueron los meses que menos aportaron, con 0.8% y 0.7%, respectivamente.
En 2023 los meses con mayor exportación de frijol en México fueron: agosto con el 16.4%, mayo con el 14.3% y abril con el 13.5%. Por el contrario, enero y octubre fueron los meses que menos aportaron, con 3.1% y 2.9%, respectivamente.
En 2023 los meses con mayor importación de frijol en México fueron: diciembre con el 16.2%, octubre con el 15.7% y noviembre con el 14.3%. Por el contrario, julio y febrero fueron los meses que menos aportaron, con 4.8% y 4.1%, respectivamente.
Fuentes consultadas